Por @NelsonRZVen
de @OrdenVenezuela
El debate de los términos Dictadura y Tiranía ha recobrado vigencia en las circunstancias históricas que vive actualmente la nación. Sin embargo, para algunas personas resulta estéril la diferenciación de los términos y su encaje en el contexto político de Venezuela.
Empecemos dando fertilidad y vigor a este tema, mencionando que si no existe un código común de lenguaje conceptual que permita no solo identificar la cruda realidad, sino también unificar criterios en aquellos a los que nos oponemos al socialismo, lastimosamente fortificaremos al régimen chavista y a su “oposición oficial”. Dicho en otras palabras, si confundimos el significado de Dictadura con el de Tiranía, o si los tomamos como sinónimos, será un punto ganado para el socialismo, porque crearemos debates y divisiones verdaderamente estériles entre quienes estamos luchando contra la tiranía.
Dicho esto, pasemos a definir breve pero consistentemente la Dictadura. Como primer punto debemos mencionar que era una Magistratura Extraordinaria de iure empleada en la Roma Republicana.
El Senado, donde se concentraba la voz y el interés del Pueblo Romano, otorgaba temporalmente poderes extraordinarios a un solo hombre para que enfrentara momentos de gran crisis que ponían en peligro no solo el orden dentro de la República, sino también la paz y la libertad. Este otorgamiento envestía un poder unipersonal con potestades discrecionales a juicio del dictador, cobrando así un sentido autoritario en sus decisiones. La fuerza frente al caos y la amenaza, es su mejor instrumento para lograr la supervivencia de la República, siendo esta una forma de vida para los propios romanos. En consecuencia, la dictadura era directamente proporcional a la República, siendo un órgano de ella en los momentos que pudieran significar su fin.
Con lo anteriormente expuesto es necesario recalcar, que aun cuando la dictadura pudiera ser tomada como una enfermedad de la República, no significaba que fuese su fase degenerativa, ya que su advenimiento obedecía al bien general de los ciudadanos romanos. Así lo demostraron los acontecimientos con la prolongación de la dictadura de Julio César que devino en su asesinato en el Senado y con Augusto con la proclamación del Imperio.
Ahora bien, es imposible hacer un símil de la dictadura antigua con la moderna porque los contextos históricos son diferentes. No obstante, y a pesar de la satanización del término después de los sucesos de la segunda guerra mundial; se puede apreciar que las dictaduras tienen cierta legitimidad (si acaso quisiéramos ampararnos en Hobbes) en virtud a las circunstancias caóticas que ponen en peligro la tranquilidad del tejido social que componen las repúblicas en la actualidad.
Si, las dictaduras modernas también son autoritarias, unipersonales, incluso personalistas al punto de llegar al cesarismo en la gran mayoría de los casos, y a diferencia de las clásicas, son auto investidas de facto desde su inicio. Esto es especialmente así, porque en los momentos en los que la República como forma de Estado se desvanece por el caos, las perversiones morales colectivas, la delincuencia, la corrupción y demás vicios; se requiere de disposiciones fuertes, inmediatas y efectivas para aplastar dichos males, y así devolver la tranquilidad y el orden para fortalecer o reconstruir nuevamente las instituciones del Estado.
Es inútil esperar que un jefe de Estado que tiene compromisos electorales, de partidos y demás facciones actúe en consecuencia para fortalecer las instituciones del Estado – sin mencionar que esté involucrado en actividades ilícitas como es el caso de Venezuela – o esperar que un con Congreso o Asamblea Nacional se ponga de acuerdo para enfrentar tal situación, porque en ese ínterin es mucho lo que pierde una nación.
En estas circunstancias, se gobierna con mano de hierro, se persiguen, se combaten y se encarcelan a los enemigos del Estado, entendiendo como tales a delincuentes, criminales, asesinos, violadores, bandas organizadas, hampa común, corruptos y demás elementos que corroen a las sociedades.
Esta forma autoritaria de restablecer el orden y la armonía social para nada involucra o intimida al ciudadano responsable, honesto y trabajador, porque en primera instancia no se inmiscuye en su vida íntima y en sus decisiones personales a menos que esté implicado en actividades ilícitas que atenten contra la República. Por el contrario al borrar todas esas actividades devuelve la libertad al individuo, libertad que trasciende al limitado fetiche semántico de la vilipendiada y mal entendida libertad de expresión. Lo libera del terror al que lo someten los enemigos de la sociedad.
La tiranía ha sido una forma que también ha estado presente desde antigüedad. Tomemos en consideración que la tiranía es una degeneración de la monarquía, siendo esta una forma pura porque es el gobierno de uno en beneficio de todos, según lo explica Aristóteles. Por su parte, la tiranía al ser una degeneración gobierna en beneficio del tirano y en detrimento de los gobernados. Su disposición obedece al capricho del momento y no le interesa en lo más mínimo la dignidad de quienes gobierna. Y así se desprende la siguiente correlación: ciudadano es a República como eslavo es a Tiranía.
Partiendo que la Tiranía no concede respeto alguno a la dignidad de sus gobernados, y que se rehúsan a obedecer voluntariamente las “leyes” que son resultantes del capricho y arbitrio del tirano, este utiliza el terror para hacerse obedecer y no gobierna por el bien general sino en función del sometimiento y el miedo.
También tiene un carácter unipersonal, pero a diferencia del dictador, es totalitario y este es el distintivo más resaltante entre la tiranía antigua y la moderna. El carácter totalitario de la tiranía lleva consigo alto contenido ideológico -socialista- que invade la esfera más privada e intima de todos los individuos, esclaviza el pensamiento, obliga la alineación absoluta a la militancia del partido del tirano empleando métodos de control como “programas sociales”, empleos, asistencia alimentaria o trámites de mediana envergadura para garantizar sumisión a sus caprichos y en consecuencia asegurar su permanencia en el poder. Casos como URSS, Corea del Norte, Cuba, el intento en Chile y finalmente Venezuela son ejemplos de ello.
La atemporalidad en el poder pudiera ser la aparente semejanza entre ambas formas -dictadura y tiranía-. Para ejemplo de tiranía perpetua veamos a Venezuela con el caso del régimen chavista que llegó al poder hace dos décadas a través de métodos democráticos; por algo Aristóteles desdeñaba de la democracia por ser la artífice de tiranías que aclamadas por la mayoría, alimentaban los decadentes deseos de la multitud a cambio de su permanencia en el poder, también llamada la tiranía de las masas.
En este mismo orden de ideas, la tiranía por su mismo carácter totalitario, busca perpetuarse en el poder eternamente y por tal motivo designa sucesores cual monarquía se tratase, para dar continuidad al dominio esclavista que sostiene su opresión. Una vez más Corea del Norte, Cuba y Venezuela son los perfectos referentes en este particular.
En síntesis y como conclusión, hacer juicios de valor por la semántica de la palabra; ignorar, subestimar o distorsionar el contexto político restándole la seriedad conceptual que este demanda, por la altivez y la petulancia “intelectual” de quienes les disgusta algún término, desarticulará los esfuerzos conjuntos para combatir al sistema totalitario que se instaló en Venezuela.
La dictadura no es buena ni es mala, es necesaria si el diagnostico de la enfermedad de la República refleja caos generalizado, delincuencia desbordada y corrupción descarada. Como toda enfermedad, hay que abordarla con tratamientos y medicinas que pueden ser algo agrias o tormentosas pero que garantizarán la salud y revitalización del cuerpo.