Por @NelsonRZVen
de @OrdenVenezuela
En Venezuela lo noble y lo bello tienen una connotación muy particular. Por noble se entiende a aquél que actúa de buena fe y sin ninguna mala intención, incluso así se cataloga a quien es capaz de tolerar pasivamente actos crueles en su contra sin demandar la mas mínima revindicación de su dignidad.
Peor aún, noble es el que se amolda a los caprichos y deseos mediocres de terceros; aquel que congraciándose con la posición de la mayoría zafia, busca quedar bien para tener aceptación. Por su parte, lo bello es un culto a la frívola y vacía personalidad de lo fatuo y trivial; es una exaltación obcecada de los atributos físicos implantados artificialmente como forma rápida de reconocimiento y aceptación.
Peor aún, lo noble y lo bello quedaron supeditados a la opinión chabacana de una mayoría ahogada en el culto de la ignorancia, en carencias emocionales y miedo a la soledad, supeditando lo noble y lo bello a la cantidad de likes o me gusta de quienes dicen tener conocimiento pero se escudan en la tendencias masivas.
La distorsión de estos dos valores condujo a la vulgarización de lo sublime. La sombra de esa “belleza” y lo enano de esa “nobleza” se encarnó en los liderazgos partidistas que, con su efecto cascada de “valores”, hicieron que gran parte de la población se mirara en el espejo de esos estereotipos como modelos a seguir. En consecuencia, el elitismo ductor, responsable de guiar a las sociedades hacia la superación, se extinguió y se fortificaron populismos simpáticos que pervirtieron al pueblo con actitudes similares a las de un perrito callejero que camina a ninguna parte, deambulando sin rumbo ni destino alguno.
No hablo de dinero ni de títulos para alcanzar lo Noble y lo Bello, sino el hacer a un lado elementos culturales nocivos. Me refiero a actitudes enquistadas en el ideario colectivo. ¡Sí! Expreso mi desprecio a esas decadentes expresiones del ser que llevaron a Venezuela a la hecatombe y la mantienen en la decadencia y miseria.
En contraposición a lo anteriormente mencionado, Aristóteles nos ofrece una visión distinta de la Belleza y de la Nobleza. Con estas categorías el filósofo estagirita pretendía la sublimación de la ética aristocrática, siendo ésta la característica más importante que tenía el hombre de la Edad de Bronce.
El honor y la soberbia eran los rasgos distintivos de aquella nobleza, que buscaba la inmortalidad a través de grandes acciones respaldadas por la temeridad y el anhelo incansable de superación, que solo concluían con la muerte.
La Belleza era entendida como un esfuerzo constante de perfección, producto de un amor propio, que conllevaba a la búsqueda incesante de Honor y reconocimiento. La exaltación del Yo trascendía el sujeto físico para consagrarse a la consumación del más alto ideal del hombre, ese que aspira a la perpetua distinción de las virtudes humanas.
De este elevado ideal surge la esencia del sentido aristocrático que lleva consigo la marca del Héroe, del sacrificio por la inmortalidad, de la excelencia y de las máximas destrezas olímpicas que van en busca del reconocimiento. Ideal que materializó el nacimiento de la civilización occidental, erigida con altísimo sentido de trascendencia y repudio de lo superficial.
Venezuela tuvo sus bellos referentes que demostraron el gran sentido del heroísmo aristocrático; nuestros próceres, líderes militares, literatos, científicos, industriales, periodistas y deportistas. Es momento de establecer la élite noble y bella para guiar al pueblo hacia la grandeza.
¡Venezuela Quiere ORDEN!