Por Yrvin Escorihuela @__amor_a_roma__
de @OrdenVzla
Durante el último tiempo hemos visto a Nicolás Maduro nombrar a algunos de sus adláteres, como protectores de “algo”, ese “algo” puede ser un estado completo, como por ejemplo el caso tristemente célebre del estado Táchira cuyo pretor fue Freddy Bernal, dado a que las elecciones regionales de ese estado crítico fueron ganadas por una candidata de un partido de “oposición” (AD). En este mismo orden de ideas, Nicolás Maduro, en su afán de endosarle las atrocidades de su tiranía a “enemigos externos” —algo muy goebbeliano por cierto— se muestra como “Protector del Pueblo”. Para autodenominarse así, debe existir algún tipo de agresor o de opresor que debería cumplir con una serie de características contrarias a la imagen y discurso de la tiranía que realmente es quien oprime a los venezolanos: “la extrema derecha”, “la derecha maltrecha”, “el imperialismo norteamericano” y un largo etcétera. Este muñeco de paja de Maduro deja entrever, el avance de un discurso con bases eminentemente marxistas (lucha de clases) hacia una versión mucho más “moderna” o mejor dicho, postmoderna de esta narrativa: el victimismo.
Hay que tener en cuenta que en nuestra Venezuela, lastimosamente se mantienen los escombros de las ideologías fracasadas del siglo XX: el socialismo y el comunismo, y con cierta ironía podemos decir que “en Venezuela permanecen los escombros del muro de Berlín”. Al mostrar su destino natural y su predecible fracaso, la izquierda más radical en Venezuela (y el mundo) está mudando el pelaje: dejando sus mañas, su apariencia y su “moral revolucionaria” todas propias de los “ñángaras” de antaño, a una apariencia y práctica más refinada y sofisticada, pero no menos totalitaria que su predecesora: se está volviendo postmoderna y posthistórica (e incluso neoliberal).
Esta nueva iteración de la izquierda, ya no contempla al obrero, al proletariado como sujeto revolucionario (narrativa marxista) y lo desplaza por algo más “chic”, mucho menos ordinario con lo que deriva en lo que hoy conocemos como “el progre”, ese sujeto con una superioridad moral sin precedentes, pero también sin historia o con una versión de la historia muy “light” que lo presenta de manera inmaculada o más bien en una donde él es el punto de partida de la misma.
El “progre” es aquel que defiende causas muy “diversas” entre las que podemos mencionar los colectivos “LGBTIQ”, el “antiespecismo” (veganos y vegetarianos), el feminismo de “tercera ola” (del cual tenemos en Venezuela algunos personajes que ya llevan tiempo manifestándose) y el enemigo aparentemente más sombrío del progre: el capitalismo y su versión más sofisticada representada en el neoliberalismo económico.
Si nos damos cuenta en las líneas anteriores, todos las “colectividades progres” mencionadas tienen algo en común: ser la víctima o ser una víctima de cualquier cosa. Con ello, la “nueva moral revolucionaria” siempre estará orientada a ser víctima de algo, el ser oprimido ya ha sido convertido en una virtud en las naciones del primer mundo, ha sido desplazado el esfuerzo, la vitalidad, la resiliencia, la fe, el respeto a los principios que mantienen una convivencia social sana, por una compasión y una empatía forzada que dicta el grado de bondad de los individuos que la asumen así sea de mala gana y los que no, sencillamente somos “fascistas y retrógrados”.
Si vemos desde esa perspectiva, en Venezuela ya hay diversos “colectivos” (jerga propia de la horizontalidad hegemónica de la izquierda postmoderna), que se dedican a buscar “víctimas de algo”, por ejemplo víctimas de la miseria “ocasionada por el capitalismo”, cuya manifestación y justificación política-económica la encuentran en el “bloqueo” de EEUU (el imperialismo yankee) a Venezuela, esto lo hacen a través de la fotografía o “el arte callejero”, pero también muestra una de sus imposturas más despreciables: la mercantilización de la pobreza, la idealización de la misma, lo cual indica que “vivir en la miseria es ser víctima de…” y por lo tanto vivir en la miseria también es una virtud.
En Venezuela existe un colectivo feminista dedicado a la “despenalización del aborto” y a la erradicación de la “violencia de género” (que en todo caso debería ser violencia intrafamiliar), pero en la lógica postmoderna “las mujeres son víctimas de… el hombre como artífice del sistema heteropatriarcal” con lo cual se deben generar cuotas y/o leyes que paradójicamente generen desigualdades en la aplicación de las mismas, pero justificadas por la existencia de, adivinen… ¡Si! ¡víctimas!.
La mayor impostura de uno de estos personajes (que no la voy a mencionar aquí) en tiempos pasados fue encargada de aquella misión “Madres del Barrio”, que generó incentivos para que las mujeres de escasos recursos tuvieran familias numerosas, con lo cual por cada hijo nacido, había un “bono” pagado por el gobierno de Chávez, sin embargo la colectividad que esta mujer dirige en el presente, promueve el aborto como una política de Estado, su despenalización y como derecho reproductivo. Pero el dinero se acaba y la inflación arrecia especialmente a los más desposeídos, entonces ¿Cómo puede vivir una madre con una familia numerosa, sin ningún plan de vida, una profesión u oficio y sin ninguna posibilidad que a través de lo anterior pueda tener un trabajo digno que permita dar sustento a sus hijos, que estos además tengan una educación y alimentación adecuada? ¡No existen esas posibilidades!.
Ahora la consigna de estos colectivos es normalmente: “las pobres no pueden abortar, pero las que tienen plata, sí”, abusando de la falta de lógica de sus argumentos es, por lo tanto, una idea que lleva de manera subyacente la eliminación de los pobres: matándolos desde el vientre materno, nunca proponiendo y creando una alternativa real y sustentable en el tiempo, para que las mujeres puedan salir de la pobreza.
El origen común de estos progres, no procede paradójicamente de los sectores de menos recursos económicos en Venezuela, provienen de las clases medias y medias altas. Algunas derivadas de la degeneración de aquella cultura del “ta’ barato, dame dos” y que se asimilaron al chavismo como estrategia de supervivencia, otras crecieron de la nada a la sombra del chavismo, pero todas tienen algo en común: sus condiciones materiales de prosperidad relativa y su narcisismo disfrazado de causas benéficas levantaron desde un colectivo animalista o feminista hasta una ONG defensora de derechos LGBTIQ, ahora son “las nuevas damas de la caridad”.
Si nos damos cuenta como Movimiento Nacionalista, esta izquierda postmoderna está dinamitando todas las bases que dan origen al superconjunto más preciado y auténtico que nos mantiene en pie: la Nación Venezolana. Se están introduciendo narrativas que atentan contra la vida, la familia, la identidad y el talento individual, la desmasculinización del hombre, la desfeminización de la mujer, la satanización de la maternidad y la generación de antinomios entre “opresores y oprimidos”. Por lo tanto si vemos esto de un modo más amplio: la Nación es una construcción de la sociedad y la sociedad es una construcción de la familia, si no tenemos familias con individuos sanos, capaces de desplegar todos sus talentos de manera holística, no seremos capaces de tener sociedades sanas ni tampoco naciones sanas, abriendo paso a las condiciones necesarias para que la totalidad del globalismo deconstruya todo lo que somos.
Cuando el discurso de la tiranía sea de “protector” o “protectores” del Pueblo, significa que los está considerando como víctimas de algo y debe crear instancias para “protegerlos”, pero una vez más deja entrever sus imposturas: el verdadero victimario de nuestra gente, es y será la tiranía plutocrática y narcotraficante de Maduro y sus adláteres progres.
¡Venezuela Quiere ORDEN!