En una sociedad acostumbrada a la altivez, a la violencia de la velocidad de los días, a la rapidez de levantarse, cocinar, conseguir transporte, trabajar y así, rutinariamente seguir viviendo empujados por la aceleración constante de la acción en el trabajo y de las necesidades cotidianas, del mismo modo la política nacional ha perdido la profundidad.
Atrapada en la ebullición constante de lo práctico y de la práctica, de la acción como medio por excelencia en la política, se ha perdido el sentido de la meditación, de las reflexiones sobre qué se debería hacer, cómo se debería hacer, y qué es lo mejor para la sociedad, para los ciudadanos y para la nación.
Así hemos pasado décadas. Políticos que, con fronteras en la superficialidad, han llevado la democracia a ser causante de problemas en tanto ésta se convirtió en un fetiche primario de todo el accionar político nacional; mientras que el desarrollo, los resultados, la importancia de la moral y la ética y la siembra de valores duraderos fueron desdibujados de las palestra.
La democracia parecía consolidada —dicen muchos— con la entrega de la banda presidencial, de Leoni a Caldera y de este a Pérez, pero eso no fue la consolidación de un plan nacional enfocado al desarrollo a largo plazo; ni en cuanto al poderío real de la nación, medido en capacidad militar, tecnológica y económica, ni en su poderío social, basado en la cultura, en los valores reguladores de la sociedad, en la forma de organización de la misma y en la calidad de vida.
Fueron burbujas ficticias de bienestar las que garantizaron que ante la vista de algunos, los primeros gobiernos del bipartidismo proveniente del Pacto de Punto Fijo fuesen “buenos gobiernos”: las administraciones de Betancourt, Leoni y Caldera, antecedidos por el periodo que hasta el momento había sido el de mayor desarrollo nacional en la historia, con referencia estadística demostrada y resultados imposibles, de no ser perceptibles a todo aquel que en Venezuela pusiera su ojo, garantizaron que estos gobiernos tuvieran estabilidad económica.
Posterior a ellos, la nacionalización del petróleo y las fluctuaciones positivas en su precio garantizarían lo que para muchos fue visto como prosperidad y crecimiento económico, mientras que la realidad consistía en que, consolidada la democracia, el juego democrático se fundamentó en ganar votos, en la acción política centrada en mera fidelidad partidista, en la política cortoplacista. El aumento del gasto público, la corrupción, el nepotismo y, en general, la política llevada a convertirse a los más oscuros fines particulares de los partidos y sus cogollos, a la política vista como el mercado de los votos, ganados en mayor cantidad en tanto mayores eran las ofertas populistas y demagógicas de los candidatos y sus partidos; no tomando en cuenta el bien nacional, sino con fines de garantizar cargos y cuotas de poder.
Fue esta situación la causante del posterior malestar social y crisis económica, pues aún con crecimiento económico nominal y bienestar social acompañado del gasto público desmedido y pensado a corto plazo con fines electorales, la situación real era que la política de los partidos era insostenible; la misma estaba cimentada en situaciones particulares y circunstanciales exteriores (las burbujas ficticias) y no por una toma de decisiones racionalmente abocadas a producir desarrollo a largo plazo y fundamentadas en el bien nacional que, en pocas palabras, es el bien de todos y cada uno de los ciudadanos de bien que la habitan.
Esto generó la mayor debacle de nuestra historia, la cual fue profundizada en 1998, pero que ya estaba germinando gracias al sistema partidista iniciado en los 60, lo que se tradujo en una crisis económica permanente debido a la inexistente diversificación de la producción, siendo el petróleo prácticamente la única fuente de ingresos nacionales.
Volviendo a nuestra idea inicial, la meditación y reflexión sobre el destino a corto, mediano y largo plazo, basado en el desarrollo, en el bien nacional y en la configuración moral y jurídica de unos valores y normas que, cimentadas sobre una educación familiar e institucional de calidad, promuevan la excelencia, el merito, la innovación, el cumplimiento de la ley, el sentido del deber, la diversificación y crecimiento económico, la producción, la mejor organización social basada en la descentralización de la población y otros muchos objetivos importantes, quedaron en segundo lugar cuando de cimentar la democracia y, luego, de ganar elecciones se basó todo el quehacer político nacional.
Es por eso que en el presente, dejando atrás cualquiera de estas prácticas oprobiosas, asentadas en preceptos ideológicos caducos, poco pragmáticos y con resultados negativos para la política nacional hace más de cinco décadas, el movimiento nacionalista ORDEN está conformado por una amplia sumatoria de miembros de distintas disciplinas que enriquecen cada uno de sus postulados y posturas que, a través de la reflexión, la meditación y el trabajo hecho con voluntad, amor por la patria y conocimiento, han hecho posible materializar una doctrina completa, que va desde una nueva perspectiva histórica bien documentada y argumentada, pasando por unos lineamientos ideales filosóficos y teóricos centrales, hasta generar un plan de nación dividido en dos fases que hacen de guía práctica general para el futuro quehacer; para la solución pragmática de los problemas que hoy son columnas vertebrales de la crisis que se viene fundando hace mucho mas de 50 años.
Basándose en la doctrina nacionalista y, a diferencia de lo que las practicas anteriormente expuestas han causado al país, el Movimiento nacionalista ORDEN ha construido un discurso que desde hace 6 años ha buscado sembrar las semillas morales que produzcan tarde o temprano el engrandecimiento nacional al que está destinada Venezuela por todas sus características.
Esto a través de un lenguaje nuevo, renovado, preciso, intelectual e ideológicamente construido, que entiende la significación de las palabras, que guía y educa mientras labra la tierra para el futuro que, con el reconocimiento y la participación consciente de los ciudadanos, le espera a la nación venezolana.
No centrándose en la inmediatez, ORDEN ha procurado producir lo que es una doctrina pragmática pensada para esta y todas las generaciones por venir, para lo cual cada uno de sus miembros se ha preocupado por formarse y voluntariamente apoyar la causa de la nación de forma desinteresada y despegada de pretensiones individuales; todo esto para procurar que la nación esté en el lugar digno que se merece y al que está destinada; para cosechar, los más pronto posible, los frutos de un arduo trabajo por y para Venezuela y todos sus ciudadanos.